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Germán López Velásquez "EL TUERTO LÓPEZ" POETA de la LA REALIDAD

"EL TUERTO LÓPEZ",
POETA DE LA REALIDAD
Por: Germán López Velásquez *
(Conferencia presentada en el Parlamento Nacional de Escritores cumplido en Cartagena entre el 15 y el 18 de agosto).
Me agrada mucho escribir sobre el “Tuerto” López. Por supuesto que he sentido siempre una natural atracción por los artistas verdaderos, por los que hacen de la estética un acto de alegría permanente para parecerse a Mefistófeles, ese gran desconocido y tergiversado que no tiene tiempo de pensar en derrotas ni maniqueísmos porque solo acepta la vida y la felicidad como una sola cosa donde nunca se pierde o se gana, donde la palabra salvación es absurda, donde la culpa y la depresión son imposibles. El placer debe ser eterno, inmarchitable. La muerte no existe. Mefisto siempre lucha, no claudica ni ante el filo de las navajas. El suicidio es lo menos mefistofélico que existe, ese abismo al que nos acercamos todos. Bien le dijo al Dr. Fausto, no se suicide, ame, embriáguese, viva como en una visión de la eternidad, habite las cuevas y las brujas y las alturas y los dioses. !Viva Dr. Fausto! “El Tuerto” es una reencarnación de Mefisto. Irónico, frentero, comprometido con la realidad, autónomo, metido en el juego de abalorios, un pistolero sin miedo en las mejores películas del oeste americano. Una personalidad excepcional de la cultura y la poesía. Un excéntrico de la historia hermanito de Vargas Vila y de otras almas libérrimas que sostienen al hombre y lo distancian del dolor supremo de los días cuotidianos. En un mundillo carcomido por gusanos y cuervos, de crápulas y reyes de la impudicia, de poetastros que añoran a cualquier precio la gloria y el poder, de vanidosos, el “Tuerto” se erige como un gigante de la ética y la moral laica. Me gusta su ímpetu, su mirada hacia arriba, erguida, su garbo, su arrogancia disimulada y displicente con la mediocridad que hoy se envanece.
Jugó bien en una sociedad pacata y mortífera como la de su tiempo nada inferior a la actual. Interpretar los sentidos profundos de su poesía es construir una sociología colombiana. Cómo hubiera escrito sobre la clase política de nuestros días, de parapolíticos presentados como cisnes en hoteles y clubes de primera clase simulando primeras damas cuando no pueden con un delito más; de corrupción, superficialidad y muchachitas de esas. Luis Carlos López son muchas cosas. Crítica mordaz a una sociedad escondida tras las ventanas destruyendo honras y al mismo tiempo, cometiendo los peores crímenes. Burla del poder. Canto a lo popular. Amor por lo elemental. Disfrute de la vida con sombrero, gabardina y tabaco a la orilla del mar. El humo de la pipa del "Tuerto" causa incendios en sus contemporáneos frente nacionalistas y un clero fementido y cómplice de la violencia secular. Sin duda golpeó conciencias máxime en una Cartagena de tradición esclavista y ultraconservadora.
Aún hoy se huele a ciertos cartageneros esclavistas. Su vaho es incontrastable. Quedaron con un mal hábito histórico. Se quedaron añorando la mita y la encomienda y el vértigo cimarrón. Tal vez por eso no exista una clase media propiamente dicha sino ricos y pobres, estrato seis y estrato uno donde se tienen que mezclar todos los demás en un sincretismo único en el país. Cartagena no tiene clase media, y si la tiene, está dispersa, regada, amorfa, sin identidad. Los ricos en cambio que no son muchos, sí se distinguen con facilidad manejando por ejemplo el sector financiero nacional. Pero bueno, tiene al "Tuerto" López como poeta, filósofo, sociólogo, intérprete de la realidad, pensador audaz, sarcástico de excelencias propias de las grandes intelligencias, como hubiera dicho Sartre. Tiene también a Márquez, a la Asociación de Escritores, a extraordinarios periodistas, a Manuel Zapata Olivella y a toda una turba de gladiadores del intelecto y la gaya ciencia.
En Luis Carlos López encontramos también una coincidencia con Gabriel García Márquez: la profesión de periodista. Y solamente puede practicar el periodismo, quien ama profundamente la realidad. Luis Carlos López no fue un hombre de evasiones; fue un hombre situado en su época, en su circunstancia. Coincide su expresión existencial con la frase de ORTEGA Y GASSET: “Yo soy yo y mi circunstancia”. En esa existencia se afirma; a esa realidad se abraza con la pasión propia de lo que amamos.

Nada más parecido al espíritu irreverente de Luis Carlos López que la gente vocinglera de la ciudad de Cartagena: un crisol de razas y culturas, un sincretismo universal como lo son todas las ciudades fundadas a orillas del Mar Caribe. Cartagena no podía producir un poeta con el acartonamiento de los poetas modernistas. Su poesía es explosión inesperada, disparo bajo el tendido de la mesa, caída estrepitosa del altar que sostiene al santo, que oculta sus pies de palo bajo el oro de su ropaje. Su poesía es cual ruido discordante en el cenáculo, carcajada incontenible en la sala de velación, escándalo en un mundo de muertos. Esa nota, la estrofa afilada, penetrante, aparentemente falsa, ese tiro de fusil guiado por su ojo tuerto, acierta allí donde no pudieron otros con los ojos bien abiertos.
Luis Carlos López renunció al oropel de la poesía Modernista, rechazó la poesía “de bordadora”, que otros bardos tejían en su época. Renunció a cubrir de encajes las márgenes de sus versos, y los envió desnudos y plenos de verdad al mundo que los inspiró y que debió padecerlos, ya rimados. Al escribir para su aldea la universalizó. Ya lo escribió León Tolstoi: “La aldea es el universo”. Cada uno de los títulos de sus poemas es una expresión de amor por su terruño, por esa ciudad pequeña que fue, para él, su única patria, y a la cual jamás renunció.
Para mí, y para quienes nos hemos reunido hoy, para celebrar su memoria, aún transita ÉL por las calles de Cartagena. Su espíritu burlón habla en los dichos repentinos que suelta el pueblo. Habita entre la sombra de las murallas, en los pasillos de las oficinas del gobierno, en las bancas traseras de los buses, en la fresca amplitud de los patios de las casas antiguas, en la soltura con la que el pueblo llano celebra su reencuentro con el ocio creador, en la expresión plena de la carne y en la locura de la sangre, cuando los hombres quitan las máscaras de sus rostros y empiezan a ser ellos mismos, olvidados de ese otro que los invade y que les arrebata la felicidad.
En los títulos de sus ciclos de poemas se manifiesta su amor por la realidad:
CALLES DE CARTAGENA,
HONGOS DE LA RIBA,
POR EL ATAJO.

Y por supuesto, en el título de su inmortal poema, “A MI CIUDAD NATIVA”.
Luis Carlos López no habitó la torre de marfil en la que vivieron muchos de sus contemporáneos. A pesar de cierto alejamiento propio del contestatario, del rebelde, fue hombre de calle y de café, hizo parte de algunas tertulias vespertinas y animó en ciertas oportunidades círculos intelectuales de Cartagena, lugares físicos y espirituales que iluminó y animó con su humor cínico, con sus salidas cáusticas y desesperanzadas.
Luis Carlos López es un poeta inmensamente visual, pero es, también, un poeta que plasma en sus versos la plena función de la totalidad de sus sentidos. Sus versos son estallidos de luz y de color. En ellos cabe todo el azul del mar y el dorado de la canícula. El olor de los rincones de los templos; el olor de los pabilos quemados de las velas de las iglesias; el olor a cucaracha de las devotas; el olor a vino rancio de los bodegones…y la belleza deslumbrante y embriagadora de las muchachas, con sus cabezas llenas de nada y con sus rostros que son la anticipación de lo que verán, algunas almas buenas, cuando vayan al paraíso. Para él no hay tema prohibido y, tampoco, calle que se niegue a transitar, ni, muchos menos, rincón donde no hurgue su espíritu de sabueso.
La realidad que El Tuerto López caricaturiza en sus versos es la no realidad del tiempo detenido, la negación de la dialéctica. Es esa quietud de insectos puestos bajo el microscopio, la que permite que el poeta haga una radiografía inmisericorde de sus contemporáneos. Luis Carlos López no deja títere con cabeza y, al igual que El Quijote, arremete con su espada convertida en pluma, contra los monigotes que encuentra en su camino, ya se trate de clérigos, alcaldes, tenderos o usureros. Él toma la luna de Diego Fallón, esa que el poeta de los versos armoniosos cantó con el respeto que se le tiene a la más preciada joya, y la convierte en la mitad de un mamey. Sus figuras poéticas son próximas, inmediatas. Él no necesitó alambicar su estilo ni alejarse del habla cotidiana.
Escuchar la canción PUEBLO BLANCO en la voz de Joan Manuel Serrat es percibir, con los ojos del alma, la Cartagena que retrató Luis Carlos López. Cartagena, poblada por descendientes de esclavos y por inmigrantes venidos de las costas que besó el mar de los griegos, los romanos y los árabes invasores de España, es una ciudad hermanada por el provincianismo, con aquella ciudad que cantó Antonio Machado en su poema TÍO ALBERTO.
Los poemas de Luis Carlos López están impregnados por la luz de un sol que nunca cierra sus ojos; por el calor que nos adormece en las horas del medio día; por el aire denso que nos traen los vientos marinos; por los gritos vocingleros del pueblo jornalero, para el cual está vedado el descanso burgués. La poesía de Luis Carlos López no es poesía de Salón ni de Recámara. Sus versos son el himno secular de la carne que se esfuerza, que transpira el vino de las noches de desenfreno. Su voz concentra el ataque al desgobierno y al clero complaciente, que el pueblo llano no expresa con una voz propia, porque lo silencia la mordaza de la miseria.
Luis Carlos López fue un hombre esencialmente retraído, huraño, poco amante del trato de los hombres. Su formación Volteriana lo llevó a sentir y a expresar cierto desprecio por la excesiva familiaridad y por cualquier comercio humano que no fuera estrictamente necesario.
No podemos pedirle perfección en sus versos a un hombre que estaba haciendo una tarea de demolición de los postulados modernistas. Allí donde RUBÉN DARÍO, sentado en los corredores de su humilde casa en Nicaragua transformó gallinas en cisnes, chozas de barro y paja en castillos, muchachas de aldea en princesas, Luis Carlos López vio la miseria del pueblo y la retrató, con un realismo exagerado, cercano a la caricatura. Leer sus retratos de la gente del pueblo equivale a contemplar las pinturas de GUTIÉRREZ SOLANA, abonándole su capacidad de ir más adentro de lo que retrató el pintor Español. La suya no fue una revolución dirigida al aspecto material de la vida de los hombres. Su propósito fue desvirtuar la forma de mirar que la ideología, expresada en todas sus formas, desde la religiosa hasta la jurídica, pasando por la poética, había convertido en instrumento de momificación espiritual, de toda una época. Es por esa ausencia de cualquier deseo de crear una estética, por lo que se presentan tan agudas contradicciones en su poesía. Su estética no alcanza los niveles de sus contemporáneos príncipes del verso, porque él no buscó traicionar la realidad mediante el embellecimiento; tampoco buscó crear una estética, ni una escuela. Fue un ave que cantó solitaria, en contra de la grey. Y al escribir grey, no nos referimos al pueblo analfabeto, sino a esas formas del analfabetismo de las personas cultas, siempre atrás de su época, inferiores a su momento histórico, siempre empeñadas en defender unas formas de relación entre un hombre y otro, o entre el hombre y su paisaje humano, anticuadas, anacrónicas.
En esa tarea de francotirador, Luis Carlos López no vacila en usar todos los recursos. Tal como lo escribió ANTONIO MACHADO, el poeta Cartagenero no hizo parte de los poetas “del Gay trinar”. Parodiando a Jorge Cafrune, en sus “Coplas del Payador Perseguido”, podemos expresar que LUIS CARLOS LÓPEZ fue “pájaro corsario que no conoció el alpiste”.
Hay algo que le debemos exaltar hoy al Tuerto López: no fue poeta declamador. No se exhibió; no se enfrentó, directamente, a ninguna escuela poética. No tuvo propuestas sociológicas, aparte de su expresión poética, que no buscó convertir en corriente. No tuvo discípulos. Algunos estudiosos relacionan su poesía con la de NICANOR PARRA; pero cualquier crítico de ojo avisado descubre prontamente las profundas diferencias entre uno y otro.
Sus recursos poéticos no lo alejan de sus lares. Si considera necesario hacerlo, Luis Carlos López acude a la mesa de la cocina en busca del ají o la coliflor, para usarlo como imagen en muchos de sus versos, por no decir que en todos. Es por ello por lo que afirmamos que Luis Carlos López fue el poeta de la realidad, fue un hombre desesperado por expresar su necesidad de una mirada verdadera. Clamó porque sus contemporáneos recobraran el poder que permite mirarse desde la verdad.
“Gracias a Dios”, los eclesiásticos de Cartagena no leían, pues, de hacerlo, habrían condenado la poesía de LUIS CARLOS LÓPEZ, por VOLTERIANA y por ANTICLERICAL, tal como lo hizo el Arzobispo de Medellín MANUEL JOSÉ CAYZEDO con el libro VIAJE A PIE, de FERNANDO GONZÁLEZ. El autor de VIAJE A PIE no fue poeta, pero coincidió con LUIS CARLOS LÓPEZ en muchos aspectos: en su desprecio burlón por la beatería de sus conciudadanos; en la asfixia que sintió y expresó en sus versos por tener que vivir en una comunidad de la mayor estrechez moral. Ambos: el autor antioqueño y el Cartagenero, fueron la piedra en el zapato de sus comunidades. Coincidió la publicación de sus obras con el final de la hegemonía conservadora en Colombia. Ambos utilizaron el castellano de la plaza de mercado. Fernando González puso a caminar la Filosofía Griega por los caminos de nuestra patria. La montó sobre unas alpargatas y la echó a andar por las lomas de nuestra cordillera central. Luis Carlos, por su parte: introdujo su mirar bisojo y sus acuarelas risueñas en las sacristías húmedas y oscuras de su ciudad, mientras descaderaba, un poco más, lo que estaba ya contrahecho. Tomó los elementos más humildes e hizo con ellos un cuerpo poético que pronto alcanzará los cien años, y que seguirá siendo parte de nuestra literatura por muchas centurias más.
Es importante considerar la coincidencia de estos dos espíritus burlones en la historia de las letras Colombianas.
Si LUIS CARLOS LÓPEZ no hubiera sido poeta, hubiera sido pintor: pintor del aire luminoso de Cartagena. Pintor de su mar, de sus gaviotas y sus mariamulatas. Yo lo percibo como un hermano del maestro ENRIQUE GRAU, nacido en Panamá, hombre de ancestros Cartageneros, y hombre del trópico, en su vida y en su obra. LUIS CARLOS LÓPEZ fue, también, hermano de ese otro genio del color: ALEJANDRO OBREGÓN, ese artista cuya sed de risa, de luz y de expresión vital no le cupo en su condición de hombre mortal. ENRIQUE GRAU pintó esos pájaros oscuros (Las María Mulatas), que no son distintas, a nuestros ojos, de esos grajos que son las ancianas y las beatas vestidas de negro, que llenan nuestras Iglesias desde el amanecer hasta las primeras sombras de la noche. ALEJANDRO OBREGÓN, fue pintor del cielo terrenal que dibujó en sus versos el poeta Cartagenero. “EL TUERTO LÓPEZ” fue el acuarelista de las almas sombrías de los Cartageneros. Porque LUIS CARLOS LÓPEZ fue y es poeta, casi pintor. Poeta realista. No ha muerto, porque, con sus versos, ha quedado sembrado en el corazón de los Cartageneros por nacimiento, y de quienes nos declaramos Cartageneros por vocación.
Ahora bien, a pesar de que “El Tuerto López” no fue de escuelas ni se interesó en crear una nueva, una tradición bastante colombiana (tres poetas y una escuela), no hay duda sobre su influencia. Varios son los creadores que acudiendo al soneto han lanzado dardos sonsacados del “Tuerto López”. Para citar un ejemplo, en el Dpto. de Risaralda, es evidente que algunos sonetos del gran versificador, como él mismo se llamaba, Luis Carlos González, tienen el mismo sabor del “Tuerto”. Admiro la inteligencia de Luis Carlos López, su alto sentido crítico, su independencia, a pesar de haber sido funcionario de un gobierno ultraconservador como el de Miguel Abadía Méndez, ya denunciado por Márquez en su masacre de las bananeras y los cien años de soledad, y de uno liberal como el de Eduardo Santos. Es evidente que “El Tuerto” entendió los vericuetos de la política. Las gentes de esta región gozan de una gran capacidad política. Su poder ha sido manifiesto y reconocido. No olvidemos que el Presidente Núñez gobernó por decisión personal desde Cartagena con amante y Constitución de bolsillo. “El Tuerto” López como poeta no fue inferior. Él hace parte de esos privilegiados que se destacan por su inteligencia y no por el número de ganados que pasen en sus latifundios. Hizo de la inteligencia una aristocracia. Se impuso y lo respetaron. Hoy es imposible que un poeta de la sátira y la mordacidad de Luis Carlos López, sea diplomático frente nacionalista. No creo que lo dejen llegar a una inspección de policía a ganarse un salario mínimo. Lo más seguro es que lo maten. Ahí radica la grandeza de ciertas almas que por encima de establecimientos corruptos y estructuras societales peligrosas, ejercen el opinadero, no claudican, hacen versos, músicas y colores que rescatan a la especie humana de la impudicia. Personalidades como la de Luis Carlos López dan importancia a Colombia, son una esperanza, una estrella en la negra noche de nuestra historia. No conozco una ciudad donde alguien no hable o recite estrofas del “Tuerto” que fue bizco. Sus “Zapatos Viejos” arrojados por Lombana a la vista de conocidos y extraños, dejan claro que Luis Carlos López, el Gran “Tuerto” López, fue, es, y seguirá siendo, poeta de nuestra realidad. Ni alambicado, ni etéreo, ni preso del endecasílabo. Poeta de la Realidad.
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* Abogado y escritor colombiano; director y fundador de la Revista MEFISTO de Arte, Literatura y Medio Ambiente, hace 28 años.


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